UNA
REFLEXIÓN EN
TORNO A LA
VISIBILIDAD
“¿PARA
QUÉ??... MEJOR
NO DIGAS
NADA”
Muchas
veces, en el tiempo que hace que vengo haciendo mi coming
out como lesbiana, diversas personas, después de hacer la
sentida y tranquilizadora aclaración de “está todo bien”,
inmediatamente, me han preguntado: “¿pero para
qué andar ventilándolo,
si es parte de
tu intimidad?”. Y mi respuesta, que
a veces ha demorado en llegar, es hoy –no por obra de ningún azar
sino de un proceso que tomó su tiempo y sus dolores- bien
contundente: porque lo que no se nombra, no existe.
Ser
lesbiana no es parte de mi intimidad como no es parte de la intimidad
de nadie ser heterosexual. Todo lo visible, todo lo construido en
torno a y lo que gira alrededor de la heterosexualidad (prácticas,
rituales sociales por donde la heterosexualidad circula
implícitamente, como un dato constitutivo y presupuesto) toda esa
visibilidad de la que goza “espontáneamente” la heterosexualidad
podemos, por un momento, hacer el ejercicio de imaginarla como
sustraída a la visibilidad de la existencia lesbiana.
Ser
heterosexual no es un dato de la intimidad porque todo el mundo
supone a todo el mundo como heterosexual. La heterosexualidad está
naturalizada, abrumadoramente naturalizada… por eso no se
explicita, no hace falta. Porque la respiramos, vivimos
permanentemente en una atmósfera heterosexual. Y mucho más aún en
una ciudad chica, con sus hábitos de pueblo, como es por ejemplo,
Olavarría.
¿Qué
habrá entonces detrás del silencio de las lesbianas?, ¿qué
implica este silencio? ¿No es razonable pensar que para nosotras no
esté todo tan bien con ese “¿para qué?... mejor no digas nada”.
No
poder decirnos supone una renuncia tan grande, tan cara. Tanta vida
arrinconada. Tanta humillación en ese estar calladas, tantas
contorsiones. ¡Tantas ganas y fuerza que no han sido!, tanta
creatividad restada. Tanto amor que pudimos expresar, que no
expresamos.
Todo
lo callado ha significado una violencia contra nosotras mismas, una
negación, una mutilación. Una vida que no termina de desplegarse,
de animarse. Cada gesto que nosotras no volcamos al mundo es un gesto
restado, perdido. Es un gesto, en definitiva, que el mundo se traga y
se pierde.
* texto escrito poco tiempo después de volver a vivir en su ciudad natal.
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