Archivo documental digitalizado del activismo lésbico, conformado por el registro de producciones gráficas y teóricas, registros fotográficos y sonoros, encuentros reflexivos y acciones callejeras de grupos y activistas lesbianas de diferentes momentos históricos, múltiples posiciones políticas, y diversas geografías de Argentina. Está en permanente construcción, envianos tus aportes y colaboraciones.

sábado, 7 de marzo de 2015

María Luisa Peralta



In/visibilidades


El 7 de marzo es el día de la visibilidad lésbica. No es un día de festejo. Es el día en que un tipo asesinó a Pepa Gaitán, una torta chonga cordobesa de 27 años. La noticia se difundió entre las lesbianas muy rápidamente y nos impactó de lleno. Las tortas estamos habituadas a muchas violencias por ser tortas, pero poco a la de la muerte. La violencia de la muerte motivada por la homofobia y la transfobia es más frecuente. A nosotras nos cae con más rutina, aunque no con menos horror, la violencia sexual y los golpes. La muerte de una torta asesinada por ser torta nos conmocionó.

Sin embargo, hay posibilidades bastante ciertas de que se convierta en un ícono, una vida y existencia simplificadas para su masividad. Es posible que ya esté sucediendo un proceso de reconfiguración que hará que la Pepa sea recordada, invocada, narrada como algo que no era pero que es más fácil para las agendas del movimiento, para las políticas de inclusión, para el discurso de derechos o para el discurso de la disidencia.


La identidad en disputa

Hay entre el activismo lésbico y el activismo trans cierto cruce que a veces se expresa más airadamente y otras veces transcurre por lo bajo. Que si la Pepa era una torta, que si era un hombre trans (dije hombre trans, no pibe trans. Me harta esa minorización implícita en llamar pibe a cualquier hombre trans, independientemente de su edad o circunstancias de vida. Me harta por igual que todas las tortas seamos consideradas “pibas”). La disputa por


momentos se torna penosa, llegando a acusaciones, como peleando los despojos de quien ha muertx. La Pepa no puede ya decirnos cómo se identificaba, suponiendo que tuviera ganas de hacerlo, claro. Para mí no es un problema. No me resulta conflictivo que la Pepa sea reclamada por las lesbianas y por los hombres trans. Por un lado, porque soy de quienes no creen que las identidades sean estructuras cerradas, monolíticas, sin matices, sin fluctuaciones, ni mucho menos algo esencialmente inherente a alguna supuesta naturaleza o ser de alguien. No me parece que las identidades se puedan pensar como compartimentos delimitados, ni menos como etiquetas como se dice para despreciarlas, sino como espacios con zonas de mezcla y superposición, como construcciones siempre contingentes e inestables. Y creo que todas las identidades de las que habla la comunidad gltb medianamente politizada, el activismo y la academia están determinadas por particularidades y condicionamientos de clase, de género, de edad, de geografía. Los preciosismos en los que agota su tiempo buena parte de la academia gltb y del activismo gltb le son por completo indiferentes a vastos sectores de la comunidad.

Por otro lado, porque nosotrxs, las personas gltb, usualmente no somos reclamadxs por nadie, nadie dice “estxs son míxs”, “este es mi líder”, “este es mi muertx”, ocasionalmente “este es mi compañerx” en tanto gtlb. Somos lxs hijxs que nadie deseó tener, aunque luego haya historias de aceptación. Nadie soñó con nosotrxs, nadie nos anheló. Vivimos presentes que no fueron futuros que nadie deseara para nosotrxs. Entonces, que dos colectivos reclamen a la Pepa para mí no está nada mal. Y hay una razón más. Para mí no es novedoso pensar en alguien como lesbiana y como masculinidad trans. Poco del activismo local y casi nadie de la academia institucional gltb conoce a Leslie Feinberg, pero yo, que soy torta de izquierda, sí conozco a estx comunista revolucionarix. Leslie tenía una página web que se llamaba Transgender Warrior, no se identificaba como mujer, pero sí como lesbiana, como stone butch o como trans, su expresión de género era notablemente masculina y usaba para sí pronombres y artículos que daban cuenta de que habitaba un lugar de superposición (por ejemplo, s/he que sería algo así como el/la). Era al mismo tiempo lesbiana y trans, entrando y saliendo, transitando, redefiniendo. Tenía una masculinidad y un origen de clase semejante al de la Pepa. No sé cómo se identificaba Pepa, si es que había tomado alguna identidad para sí, pero sí sé que prefiero que sea reclamada por lesbianas y por trans y que no haya una pretensión post mortem de dirimir el asunto apelando indignamente a una pseudo hermenéutica de signos como si alguien fuera capaz de deducir una verdad absoluta sobre su identidad.


Nombrar

El 7 de marzo, el día que Pepa Gaitán murió asesinada de un escopetazo, las tortas instituimos desde el activismo, desde nuestro propio colectivo, el día de la visibilidad lésbica. La visibilidad es un tópico histórico del activismo lésbico, quizás el único compartido por todas a pesar de la diferencia de enfoques y posiciones políticas que podamos tener para todo lo demás. Ahora, desde el asesinato de Pepa, concentramos acciones y discurso de visibilidad especialmente para este día. Es necesario analizar la forma en que se hace, a quiénes dentro de la inmensidad del término “lesbiana” se hace visibles y a quiénes no. Qué cosas vinculadas a la existencia lesbiana hacemos visibles y cuáles no. Incluso, qué cosas de la existencia lesbiana de la Pepa hacemos visibles y cuáles no.

La Pepa era chonga, encarnaba una masculinidad subversiva: la masculinidad tortillera, como la de los hombres trans, subvierte el orden patriarcal que asigna la masculinidad como atributo y privilegio exclusivo de los hombres cis, los hombres “machos”. En los procesos de construcción de nuestras identidades lésbicas, cada una toma para sí elementos de masculinidad y de feminidad en cantidad y grado diversos, mucho o poco o nada de cada uno de esos dos repertorios, y los altera, los transforma, los resignifica. Vamos moldeando nuestras identidades, nuestro cuerpo, nuestro género, nuestra expresión de género. Algunas cosas van cambiando con el tiempo, vamos tomando y dejando en distintos momentos. En un momento, la Pepa se cortó el pelo bien corto. En un momento, ese mismo momento, la Pepa dejó de usar el nombre que aparecía en su documento y decidió que quería que todxs la llamaran Pepa. Ese era su nombre elegido.

A pesar de eso, todavía hoy por todos lados se la nombra con su nombre legal. Cuando fue su asesinato, en los primeros momentos de reacción del activismo lésbico, nosotras también usamos su nombre legal. Hicimos textos, declaraciones, poemas, pintadas, stencils, remeras, hasta hicimos un blog específicamente para denunciar su muerte y la lesbofobia. En todo esto usamos su nombre legal. Por entonces, no conocíamos bien algunas cosas de la vida de la Pepa. No teníamos claro su rechazo a ese nombre. Actuamos en la urgencia del dolor y la conmoción, temiendo impunidad y olvido. Pero ya pasaron cinco años. Ahora sabemos. Sabemos cuál era su nombre real. Su nombre que eligió para sí. Entonces ahora, tanto tiempo después, resulta inaceptable que una parte del activismo lésbico siga usando el nombre legal de la Pepa Gaitán como si fuera su “verdadero” nombre. Se puede entender en las lesbianas que no son activistas, que se sienten movilizadas y se suman pero no están al tanto de todas las discusiones o que no tienen acceso a leer todo lo que ahora hay publicado. Pero el activismo lésbico, o gltb en general, no debería seguir repitiéndolo, cometiendo una negación de la agencia y la voluntad de quien se dice estar recordando.

Cabe preguntarse por qué ocurre esto. Por qué, si ese mismo activismo no usaría el nombre legal de una persona trans, por qué esas tortas no respetan el nombre elegido de la Pepa. Me pregunto si no tiene que ver con la disputa identitaria. ¿Será que creen que reconocerle que eligió para sí otro nombre que no estaba en el documento la hace menos tortillera y más trans? ¿Será que se puede ser lesbiana sólo si se cumplen ciertos estándares de respetabilidad que incluyen el uso del nombre legal que la madre y el padre decidieron en vez del que la torta prefirió? ¿Será que si no hay un argumento teórico/político detrás del cambio de nombre, no se lo acepta? Conozco varias activistas lesbianas que modificaron sus nombres: valeria flores, fabi tron y Gabby de Cicco, por mencionar algunas. Usan minúsculas y usan formas que no indican claramente el género. Son activistas y todas dan justificaciones teórico/políticas de sus cambios. La mayoría del activismo lésbico respeta sus decisiones. ¿Porque son activistas? ¿Porque dan explicaciones teórico/políticas? ¿Porque como están vivas pueden enojarse, protestar, exigir? Como sea, si una torta decide para sí cambiar su nombre y tenemos un mínimo de coherencia, esto debería ser respetado. Al menos por el activismo.


Símbolos

¿Cuáles símbolos usamos para representar a las lesbianas en las gráficas, en los volantes, en las invitaciones a actividades, incluso a las que se van a hacer por la Pepa? No sin despertar cierto asombro, sigue apareciendo como el más utilizado el que representa a las lesbianas con dos símbolos de la mujer entrelazados. Tengo todo tipo de problemas con el uso de ese símbolo para las lesbianas. Surgidos de la mitología grecolatina, el símbolo de la mujer y el del hombre, correspondientes a Venus y Marte, epítomes del deber ser mujer y hombre en el patriarcado, rápidamente se extendieron a la notación biomédica, de modo que desde hace mucho representan a hembra y macho, respectivamente, en las historias clínicas, en los textos de medicina, en los de veterinaria, en las granjas y hasta en los textos de botánica. Esto me supone dos problemas: por un lado el reforzamiento permanente de la ficción de que hembra y macho agotan las posibilidades de constitución sexual humana en sólo dos categorías nítidas, separadas y excluyentes. Por otro lado, también transmite la idea implícita de que toda lesbiana es hembra, ateniéndonos a esa mismo ficción convencional biólogica, y eso no es así. De inmediato, entre tantas otras, acuden a mi mente Kate Bornstein y Diana Azcárate. Tanto hablamos de teoría queer y seguimos con estos símbolos binaristas, cisexistas y biologicistas.

Luego está el problema de que son dos, entrelazadas. Parece que las lesbianas no existen en sí mismas, por sí mismas, sino que sólo cobran existencia cuando están con otra, de novias, en pareja, con otra. Durante décadas el feminismo criticó que las mujeres sólo pudieran ser pensadas y valoradas en relación a los hombres con los que se vinculaban, pero se sigue usando un símbolo que hace que las lesbianas sólo puedan ser pensadas y valoradas cuando están emparejadas. ¿Y si estamos solas? ¿No somos lesbianas? ¿Y si no somos monogámicas, si no nos entrelazamos sólo con una sino con varias, muchas? ¿No somos lesbianas? La Pepa, de hecho, se entrelazaba con varias porque era una chonga con levante y atraía a tortas y mujeres hétero (quizás también a bisexuales, pero no están en los relatos que yo escuché). Visibilizamos a la Pepa, las circunstancias de su muerte a manos del padrastro de su novia, reforzando el mito del amor romántico y trágico, pero no visibilizamos las circunstancias no monogámicas de su vida, eso lo dejamos en sombras ¿por qué? ¿porque la hace una víctima menos respetable? ¿una víctima menos víctima?

Los problemas siguen. ¿En qué campo identitario, histórico y político nos inscribe esa representación de las lesbianas como dos símbolos de mujeres juntos? ¿Qué alianzas y solidaridades pone en primer plano y prioriza y cuáles otras quedan de lado? El uso de ese símbolo nos inscribe a fuego en el campo de las mujeres, dice una vez más que las lesbianas, todas, somos mujeres, que podríamos ser descriptas con la vieja fórmula “mujeres que aman a mujeres” o incluso con aquello de “el feminismo es la teoría, el lesbianismo la práctica”. Sin embargo, en términos identitarios esa inscripción es cuando menos parcial y en términos políticos esas alianzas se han demostrado lábiles más de una vez.

Hace poco alguien preguntó por algo que pudiéramos considerar un hito de Lesbianas a la Vista. Respondí de apuro, sin poder pensar mucho. Pensando mejor, me resulta evidente que uno de los hitos centrales de aquel grupo fue la publicación de un documento que sacamos para el 8 de marzo de 2000 (que se puede leer en Potencia Tortillera). Hartas de que en las reuniones de preparación de las actividades del 8 de ese año se nos dijera que los volantes irían firmados por “feministas y movimiento de mujeres” y con eso bastaba y no hacía falta mencionar a las lesbianas porque ya quedábamos incluidas en esos términos, decidimos retirarnos de esa suerte de coordinadora de la actividad. Como este incidente fue uno en una larga lista, convertimos nuestro hartazgo en declaración y sacamos ese documento donde decíamos que nosotras, las Lesbianas a la Vista, no nos identificábamos como mujeres, que siguiendo el planteo de Monique Wittig nos declarábamos lesbianas no mujeres. En ese momento, fue un bombazo. Y lo pagamos caro. Recibimos críticas durísimas, burlas, segregación (viejas compañeras feministas, con quienes habíamos compartido activismo antes, dejaron de hablarnos), hostilidad y hasta anónimos injuriosos. Hoy, quince años después, la idea se extendió muchísimo y una buena parte de las activistas lesbianas no se identifican como mujeres sino sólo como lesbianas. Por supuesto, hay lesbianas, tanto activistas como no activistas, que se identifican como mujeres. Pero muchas de nosotras no lo hacemos. Entonces, seguir usando ese símbolo como representativo de “las lesbianas” es desconocer la forma en que una parte significativa de nosotras decidimos identificarnos y es insistir una y otra vez en que existen sólo dos géneros posibles.

Y en cuanto a las alianzas, vaya un ejemplo representativo de situaciones que se multiplican sin parar. Cuando fue el asesinato de la Pepa, rápidamente en Internet, tanto en las redes sociales como en las listas de correo, empezó a circular que “la mataron por su triple condición de mujer, lesbiana y pobre” y se empezó a hablar de femicidio. En RIMA sucedió esto, con varias versiones de la misma idea. Casi de inmediato, las lesbianas de esa lista de correos iniciaron un debate que pronto se tornó muy agitado. Las lesbianas decían que no había sido femicidio, que usar ese término invisibilizaba la violencia lesbofóbica que le había costado la vida a una tortillera. Las heterosexuales plantearon objeciones, las tortas insistieron: no es femicidio, no la mataron por ser mujer porque no lo era, era torta y las lesbianas no somos mujeres y que por qué les resultaba todo esto tan conflictivo. Una feminista heterosexual con muchísimos años de activismo en aborto lanzó una acusación de “chauvinismo lésbico”. Como respuesta, valeria flores mandó a RIMA un contundente texto interpelando a las feministas de la lista por su heterosexismo y un conglomerado bastante espontáneo de activistas lesbianas de distintas tendencias armamos un blog colectivo para denunciar la lesbofobia llamado “Fusilada por lesbiana”.


Hay otros símbolos posibles

¿Por qué no usar el labrys? El labrys era el hacha doble de las Amazonas, las guerreras míticas y temibles de la antigüedad (ellas eran míticas dentro de la tradición helénica, pero es conocido que en varios pueblos de la antigüedad hubo guerreras). Las Amazonas son quizás la figura mitológica más rescatada por las lesbianas de distintas épocas y geografías, viendo un mito poderoso con el cual identificar nuestro deseo de fuerza, independencia, autosuficiencia. También representan una sociedad sin hombres y por eso el labrys fue un símbolo muy usado por las lesbianas feministas radicales separatistas. No suscribí nunca al separatismo, por muchos motivos entre los cuales uno de los principales es su esencialismo biológico, pero el labrys no fue usado sólo por ellas sino por muchísimas otras, que todavía lo llevan con orgullo como gran símbolo lésbico. Tengo la impresión de que si el labrys no está mucho más extendido hoy entre las lesbianas es por dos razones, ninguna de las cuales es la asociación que alguien pudiera hacer con el separatismo. Creo que una de las razones por las que no se lo usa es porque no se lo conoce, porque se ha perdido mucho de la historia, la cultura y el folklore lésbico. La asimilación tiene sus costos, los derechos como horizonte exclusivo de existencia política, también. Otra de las razones es que es un símbolo de guerra. El labrys era un arma. Por lo tanto, es inconveniente en estos tiempos tan domesticados e inclusivos el uso de un símbolo guerrero y asociable a la violencia.

La violencia en Argentina tiene una carga de prejuicio de clase tremenda. Todas las clases sociales son capaces de y efectivamente ejercen distintas formas de violencia. Sin embargo, el prejuicio pretende que sólo las clases populares son violentas. Lxs violentxs son “lxs negrxs” y todxs “lxs negrxs” son violentos, son casi axiomas de la clase media argentina que se juegan incluso en el imaginario de sectores del feminismo y del movimiento gltb. Una y otra vez aparece una reivindicación y valoración de superioridad moral de los métodos no violentos. Esto se oyó con fuerza en relación al movimiento piquetero, del que la mayor parte de la clase media desconfiaba por temor a su “violencia”. Pero sólo puede declamar que renuncia a la violencia quien sabe que no la necesita porque el aparato represivo del estado no le caerá encima con violencia física y porque incluso ese aparato represivo en ocasiones ejercerá violencia en representación de lxs sujetxs que se declaran no violentxs. La Pepa era una tortillera capaz de violencia: el día que culminó con su muerte, se agarró a trompadas con la madre de su novia y otras veces se habría agarrado con otrxs. ¿Por qué no? Si un tipo o una barrita la acosaba en una esquina de su barrio por ser torta chonga y tener levante con las mujeres, ¿qué iba a hacer? ¿llamar al Inadi? Si alguien le pegaba o la amenazaba ¿acaso iría a hacer una denuncia en la misma policía que la hostigaba por ser torta pobre? Claramente, esas no son opciones viables para todxs. No lo son para lxs pobres de los barrios y los conurbanos de las grandes ciudades. En eso, la Pepa estaba más cerca de Luciano Arruga que de María Elena Walsh. La Pepa era una chonga morocha de barrio, como Romina Pereyra, que tuvo que soportar que una lesbiana clase media universitaria de capital con quien compartía grupo de activismo hiciera el comentario de que ella le daba temor porque suponía que era violenta. ¿Qué es ser violenta? En algunos lugares, quien no es capaz de actuar físicamente, probablemente no llegue a llenar un papel con una denuncia. Por supuesto que Romina se ha defendido a trompadas de agresiones lesbofóbicas y machistas. ¿Acaso acudiría a la policía que más de una vez la interrogó a dos cuadras de su propia casa porque estaba en un barrio de clase media “blanca”? La Pepa, como tanta otra gente de las clases populares, como el propio Torres que le disparó, se defendía y también dirimía sus asuntos de forma física y acaso violenta. No porque esa gente sea particularmente violenta, o más que otra gente de otras clases sociales, sino porque hay recursos que no están disponibles para ellxs y violencias que se manifiestan en otras formas. El Estado en general no está disponible para ellxs si no es en la forma de asistencialismo (por lo general como un ejercicio de control biopolítico) o de represión. El Estado no está disponible con sus instituciones de mediación de conflictos, con su poder judicial, con sus oficinas antidiscriminación. Tampoco suele estar presente con su sistema de salud de manera eficiente ni mucho menos en las urgencias: la Pepa, como cientos en los barrios populares y en la villas, esperó una ambulancia hasta que la muerte no esperó más.

Entonces, ¿por qué no el labrys? Tanto hablar de empoderamiento, de fuerza, de confianza en sí misma, de “ninguna agresión sin respuesta”, pero cuando las tortas en los barrios (y no sólo las chongas, las tortas en general y también las mujeres) se defienden o viven vidas insertas en contextos de violencias que son parte de lo cotidiano y responden con acción, a los golpes, entonces no, eso está mal y eso no hay que visibilizarlo, parece que mejor callarlo. Finalmente ¿sólo podemos reclamar a nuestrxs muertxs si son buenas víctimas, indefensas? ¿Es que acaso la única forma de acción física que el movimiento de lesbianas es capaz de reivindicar es la tan mentada “autodefensa feminista”? ¿El adjetivo “feminista” le da una cualidad distinta a esa acción física? La Pepa no era una tortillera apacible que iba por ahí caminando tranquila y salió un tipo de una casa y le disparó. Estaba en medio de una pelea a trompadas y el desenlace fue el disparo. No era indefensa. Tenía fuerza, sabía usarla y estaba dispuesta a eso. Quizás Torres salió con la escopeta justamente porque temió perder una pelea mano a mano con “una mujer”, como él la veía, algo insoportable para su machismo.

Esa determinación a no permanecer en estado de indefensión es claramente un gesto de inmenso peso político: es un desafío frontal al patriarcado, que desde niñas nos entrena en la indefensión, utilizando los estereotipos de género y los castigos por no cumplirlos como formas de adoctrinarnos en la indefensión, privándonos del desarrollo de capacidades físicas, negándonos ciertos juegos, ciertos juguetes, ciertos roles, diciéndonos cómo debemos pararnos y sentarnos, alienándonos de nuestra fuerza. Las tortilleras sobrevivimos a esas infancias donde se nos quiso inculcar la indefensión que lleva a aceptar la subordinación, esas infancias donde se pretende imponer la domesticación. No somos indefensas. La Pepa no era indefensa. Eso simboliza el labrys: nuestra negación a entrar o permanecer en estado de indefensión.

Hay otro símbolo posible. El triángulo negro. Cuando los nazis pusieron en marcha sus campos de concentración y de exterminio, establecieron un código de clasificación de sus prisionerxs. Las lesbianas no fueron perseguidas por el nazismo con intensidad (básicamente, porque aceptar la existencia del lesbianismo como algo más o menos frecuente implicaba reconocer iniciativa sexual a las mujeres y eso iba en contra de la ideología nazi que postulaba un lugar de pasividad total para las mujeres). Pero algunas lesbianas sí fueron detenidas y enviadas a los campos. Algunas llevaron los símbolos que correspondían a otros cargos, como el de prisioneras políticas. Otras llevaron el triángulo negro. Ese era el símbolo de lxs “asociales”: cualquiera que desafiara al orden nazi o no se ajustara a las normas sociales pero que no hubiera cometido ningún delito. En la categoría de “asociales” entraban lxs sin techo, lxs “vagxs”, las putas, lxs alcohólicxs, lxs que necesitaban ayudas sociales del Estado, lxs desempleadxs, lxs discapacitadxs mentales, lxs enfermxs mentales, lxs pacifistas, lxs gitanxs y también las lesbianas.

Se puede argumentar que es un símbolo asociado a situaciones de extremo dolor y crueldad. Es verdad. Pero tanto el triángulo negro como el rosa con que se marcaba a los gays fueron resignificados por el movimiento gltb durante los ochenta y noventa en varios países y también en este. Fueron convertidos en símbolos de resistencia y de orgullo por los gays y las lesbianas. En plena epidemia de vih, ACT UP utilizó el triángulo rosa como símbolo principal, como imagen de su slogan “silencio = muerte”, un llamado a hablar, a hacer visible. Lo que se impuso como estigma y marca infamante de aquello que debía ser aniquilado, se convirtió en expresión de orgullo, de existencia a pesar de los intentos de exterminio por acción o por abandono y de organización política. A pesar de su origen trágico y además de su resignificación militante, el triángulo negro tiene a su favor que no nos inscribe en el campo identitario y político de las mujeres y que remite a un marco de alianzas posibles más atravesadas por cuestiones de clase y de política sexual, de resistencia a la normalización de los cuerpos y de las conductas. De haber vivido en la Alemania nazi, la Pepa, como tantas de nosotras, podría haber terminado con un triángulo negro por torta, por chonga, por pobre, por desempleada, por tener un “plan” y hoy seguro que además del alcohol el uso de marihuana conduciría al mismo destino.


Las rejas te hacen invisible

No hacemos visibles a las lesbianas presas. Las travestis y las transexuales presas sí han recibido la atención de sus pares, que reclamaron por ellas e incluso el resto del movimiento gltb reclamamos por ellas. En menor medida, los hombres trans presos han generado preocupación del movimiento debido al alto riesgo de violencia extrema al que quedaban expuestos si los mandaban a cárceles de varones. Pero las lesbianas, los gays y lxs bisexuales presxs no existen. Para nosotrxs, para el movimiento gltb no existen (sin negar algunos esfuerzos puntuales de algunxs activistas, como por ejemplo los de Martha Miravete Cícero que trabajó mucho en cárceles). En muchos años, la única vez que el movimiento reclamó públicamente, incluso buscando alianzas, por una lesbiana presa fue en 2013, cuando a una lesbiana madre, casada, de clase media, condenada por sus responsabilidades como funcionaria del gobierno de Aníbal Ibarra cuando fue el incendio de Cromañón, le negaron la prisión domiciliaria que pidió para estar con su bebé y amamantarlo, argumentando que como había otra madre no se justificaba darle ese beneficio. Aparte de esta bestialidad de suponer que las madres son intercambiables, vale la pena recordar que por este caso sí hubo reclamos de varias organizaciones, se lograron notas en la prensa y hubo solidaridad de otros movimientos. La esposa de esta lesbiana hablaba por radio acerca de las comodidades que tenía su casa para el bebé y lo inadecuada que es la cárcel. Una y otra vez ella y lxs periodistas y los reclamos del movimiento mencionaban que eran madres casadas y que tenían una casa propia confortable. Entonces, no me interesa mencionar a las lesbianas presas para que hagamos un listado más amplio que enumere a un montón de sujetos abyectos, algo tan en boga, sino para analizar algunas de las políticas del movimiento.

Como no trabajamos la cuestión de la cárcel a fondo, no tenemos mucha reflexión articulada en relación a eso ni un análisis interseccional ni mucho menos un discurso público que no refuerce prejuicios ya instalados. No es secreto que la cárcel es un instrumento de control social que básicamente actúa contra lxs pobres, son relativamente pocas las personas de clase media y poquísimas las de clase alta que van presas. Tampoco es un secreto que las lesbianas, percibidas como mujeres, en general somos más pobres que los varones: los trabajos de las mujeres, en promedio, se pagan menos que a los varones o son trabajos de inferior calidad y peor remunerados. Si le sumamos la expresión de género de las lesbianas masculinas, el problema del trabajo se agudiza. El de la pobreza también. Lesbianas presas hay y aunque no haya números precisos por simple lógica se deduce que había varias lesbianas pobres presas al momento de la detención y condena de la ex funcionaria municipal. Sin embargo, antes de ella el movimiento no reclamó públicamente por las demás. Tampoco en ese momento, no se denunció las violencias a las que estaban sometidas las lesbianas en las cárceles. Tampoco se buscó una solidaridad y alianza inter clase con otras madres presas. Quiero dejar claro que comparto el reclamo de la lesbiana ex funcionaria: su bebé no debía estar en una cárcel. Ni ese ni ningún bebé y ningún niñx debe estar en una cárcel. Pero el movimiento no reclamó por las demás madres, heterosexuales y pobres, no denunció que es inaceptable la presencia de niñxs y bebés viviendo en la cárcel. Sólo reclamó por su lesbiana ex funcionaria de clase media madre casada. La Pepa no era nada de eso. Tenía muchas más chances que cualquiera de clase media de ir presa en algún momento de su vida, como tantas otras tortas pobres que están presas. No hicimos visible eso. Pobre era la Pepa y pobre es el tipo que la mató. Como la gran mayoría de la gente que está en la cárcel.

Hablamos de la Pepa, de la visibilidad lésbica hecha efeméride el día de su muerte, pero sigue rondando en el movimiento y en la comunidad la idea de que hay que exigir la sanción de leyes que contemplen los crímenes de odio, con agravantes de penas. En Estados Unidos, donde la cárcel es no sólo un dispositivo privilegiado de control social de clase y racial sino una industria fabulosa, parte del activismo gltb que trabaja en alianza con lxs negrxs, lxs homeless, lxs latinxs, lxs musulmanxs, lxs migrantes y lxs pobres tiene claro cómo funciona la cárcel y denuncian que las leyes de crímenes de odio sólo empeoran la situación para esas mismas minorías que ya son blanco de las políticas policíacas y carcelarias del estado (esto fue denunciado, entre otrxs, por Amber Hollibaugh, Leslie Feinberg, Minnie-Bruce Pratt, The Audre Lorde Project y por supuesto Ángela Davis). Las leyes sobre crímenes de odio no hacen mayor mella en quienes no son objetivo de la cárcel. Lxs pobres, lxs negrxs, lxs latinxs recibirían abrumadoramente más condenas con penas mayores por el calificativo “de odio” que lxs blancxs y lxs ricxs. Por eso ese sector del movimiento gltb yanky se opone a ese tipo de legislación. Nosotrxs no visibilizamos que la Pepa y su matador compartían la pobreza y no analizamos críticamente los pedidos de leyes más represivas. De hecho, a raíz del crimen de la Pepa resurgió el reclamo de dar prioridad a buscar la sanción de leyes sobre crímenes de odio. Los proyectos de ley antidiscriminatoria, que están presentados y abrevan en esta idea, no están siendo discutidos de forma pública, participativa y profunda por la comunidad lgtb ni por el movimiento en su conjunto. No quiero decir que todos tengan como prioridad aumentar el poder punitivo del Estado, pero sí digo que este tipo de leyes merecen discusiones más abiertas.


La existencia lesbiana y sus condiciones materiales

No visibilizamos lo suficiente la cuestión del trabajo. La Pepa no tenía trabajo fijo, hacía changas, le negaban el trabajo por su expresión de género, es decir, por ser chonga y además era gorda, o al menos no era tan flaca como se exige en muchos trabajos. La cuestión del trabajo debería ser uno de los temas principales de nuestra reflexión y de nuestro activismo, pero sin embargo no lo es. Apenas aparece cada tanto y la mayoría de las veces es solamente bajo el título de “políticas de inclusión” o demandas de cupos. Pero eso no va al fondo de lo que está en juego en este plano. Los cupos y las políticas de inclusión podrán servir para algunas, permitirán a otras escapar transitoriamente de situaciones de mucha necesidad, pero por su propia dinámica este tipo de programas insertan a la gente en estructuras que no se modifican por su incorporación. En este caso, por lo general serían empresas, todas organizaciones jerárquicas, con fuerte machismo interno manifiesto en diferencias salariales, en ascensos, en promociones, etc y un marcado heterosexismo. Muchas lesbianas tenemos problemas para funcionar en este tipo de estructuras. Una vez alcanzado un cierto grado de conciencia, es bastante difícil tolerar a diario a un machito jefe arbitrario y prepotente. Por otro lado, suelen tener pautas bastante fijas en cuanto a vestimenta, peinado, maquillaje y eso a menudo choca con nuestra expresión de género, no sólo de las más masculinas sino también de las lesbianas femeninas, porque no hay un modo único de construir y encarnar la feminidad. Para otras de nosotras, además, está el problema de que son estructuras capitalistas y con valores que no compartimos. O que los empleos disponibles son sólo en cierto tipo de tareas, determinadas por estereotipos de género.

Es habitual que las lesbianas trabajemos, que lo hagamos como forma de supervivencia y de realización personal, que muchas se hayan visto obligadas a hacerlo desde muy jóvenes para poder vivir su sexualidad y escapar de familias opresivas. Muchas tienen formación y talento para desarrollar tareas y trabajos que la mirada machista considera reservados a los hombres, tanto trabajos manuales como los oficios asociados a la construcción y a la fabricación de cosas como trabajos intelectuales. Muchas, queriendo buscar alternativas a los trabajos alienantes en estructuras jerárquicas, heterosexistas y capitalistas, conforman cooperativas, trabajan por su cuenta, encuentran un valor en la autogestión. De esta forma, muchas nos hicimos un trabajo, pero no tenemos empleo, no somos empleadas de nadie. Esta opción de vida de trabajo sin patrón nos da más libertad y satisfacción, pero también nos supone mayor precariedad no sólo por la falta de cobertura social (jubilación, atención médica y acceso a medicamentos, licencias) ya que muchas trabajan de manera informal porque les resulta demasiado costoso registrarse como autónomas, sino que hay una cantidad de otros temas derivados, como la dificultad para acceder al crédito (incluso para mejorar nuestra capacidad de trabajo) o a la vivienda. La vivienda, o mejor dicho la dificultad para comprar o alquilar una vivienda, es otro de nuestros grandes temas invisibilizados.

Sin embargo, no le damos centralidad política al trabajo, no visibilizamos nuestros problemas para trabajar dentro del mundo hétero, ni tampoco visibilizamos nuestras construcciones propias, nuestras experiencias, nuestras redes de solidaridad, no socializamos estrategias ni saberes sobre estos temas. Hacemos énfasis en visibilizar nuestra existencia lesbiana, pero no hacemos el mismo énfasis en hablar, politizar y visibilizar las condiciones materiales de esas existencias.


Viva la Pepa

El asesinato de la Pepa Gaitán nos sacudió, nos conmovió, nos cambió algunas perspectivas. Nos comprometimos a no olvidar, a no permitir que se la olvide. Instalamos, desde abajo, desde el colectivo de lesbianas, el día de la visibilidad lésbica. No convirtamos en mera fiesta o en listado de demandas de inclusión o de derechos lo que debe ser también un día de reflexión, de denuncia, de declaración política, de manifestación de los matices y las categorías, cultura, creaciones y formas propias de la existencia lesbiana.




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